La verdad es que no, no es cierto. No todos los cuentos son iguales. Ni todas las vacas son pintas, ni todos los caminos llevan a Roma.
Tengo mucho sin escribir, y el perfecto opuesto contrario leyendo. Tal vez, este tiempo esté siendo para mí algo más de introspección y meditación que de extroversión y diversión. Y con justa razón, no estoy cargando unos significativos kilos de más abultados en mi vientre “porquesí".
Estamos (sí, yo y mis famosas inquilinas) en la “espera graciosa” que lo más gracioso que tiene es el sobrenombre y el cambio drástico de coca-cola a pera o hasta boa que se comió un balón…
Han pasado muchas cosas, sí. Pero todo es para mí, porque han sido cosas tan maravillosas que no quiero compartirlas ni siquiera con mi agendiario…no quiero que ni una partícula de polvo se pose sobre de estas excitantes como intrigantes memorias que están quedando grabadas en algún lado de mi cerebro.
Fuimos a Manzanillo, y a Manzanillo, y a Los Cabos, y a Colima (dos veces a parte), y a Tequesquitengo dos veces, también fuimos a Bernal, y a Manzanillo otra vez. Fuimos dos piedras rodantes, ahora somos tres.
Y sé que lo mejor apenas está por venir…
Cuando éramos pequeños acompañábamos a mi mamá a una casa de meditación hinduista en la Condesa que hasta la fecha sigue ahí, y que tiene los mejores lassies de mango, y chais que jamás alguien pueda probar en este mundo. Ahí, entre muchas otras enseñanzas, nos presentaron a Nasrudín. Ahora sé que Nasrudín es de origen sufí (y no hindú) y que era un filósofo-sabio bastante conocido en su época en todo oriente medio.
Dicho ser, pues, encarnaba al protagonista de todas y cada una de las historias que nos contaban a los niños, mientras los papás estaban en intensivos de meditación tratando de conseguir la perla azul.
El que más recuerdo es el cuento del burro:
Una vez, el hijo de Nasrudín, que era muy feo, confesó a su padre tener mucho miedo de salir a la calle, pues estaba convencido de que los vecinos se burlarían de él.
— ¡Eso sí que no!, le respondió Nasrudín. ¿A quién le puede importar lo que diga la gente? ¡Mañana mismo irás conmigo al mercado para que todos te vean!
Al día siguiente, muy temprano, Nasrudín aparejó el burro, se montó en él y pidió a su hijo que lo siguiera. ¡Tener miedo a lo que dice la gente, qué estupidez!
Muy cerca del mercado había una fonda en la que casi todos los hombres del pueblo se reunían para conversar y consumir grandes cantidades de tabaco. Cuando vieron a Nasrudín montado en el burro y a su hijo correr detrás de él, empezaron a murmurar diciendo:
— Vean a ese padre desconsiderado. Él va muy a gusto en el burro, mientras que su hijo casi se muere de la insolación y del cansancio.
Nasrudín oyó lo que decían aquellos hombres y se sintió apenado.
— ¿Oíste?, preguntó al muchacho. Pero no por eso vamos a desanimarnos. ¡Mañana volveremos al mercado!
El segundo día, padre e hijo intercambiaron papeles, y, así, mientras éste iba montado en el burro, aquél lo seguía a pie. En la fonda estaban los mismos hombres del día anterior, y, al ver a Nasrudín y a su hijo, volvieron a murmurar:
— Vean ustedes a lo que ha llegado la juventud de hoy. Mientras el pobre viejo apenas puede mantenerse en pie, el hijo recorre su camino muy quitado de la pena encaramado en el burro. ¡Qué desconsideración!
Al oír estas palabras, Nasrudín volvió a sentirse profundamente acongojado.
— ¿Oíste?, preguntó al muchacho. ¡Pues mañana volveremos al mercado!
Al tercer día, para evitar murmuraciones, Nasrudín decidió que tanto él como su hijo irían a pie jalando al burro. La fonda estaba llena de gente que, al ver a los recién llegados, empezó a murmurar diciendo:-¡Observen a ese par de tontos! Ellos camina que camina y el burro quitadísimo de la pena. ¿Es que no saben esos idiotas que los burros fueron creador por Alá, bendito sea, para el trabajo y faena? ¡Si serán bestias!
La congoja de Nasrudín se hizo visible una vez más. No obstante, aquellos hombres tenían razón. ¡Los burros se hicieron para la carga y no para andar por la vida contemplando el paisaje!
— ¡Pues mañana volveremos al mercado!, dijo Nasrudín al muchacho.
Al cuarto día, para congraciarse con los hombres de la fonda, Nasrudín y su hijo se montaron en el burro y partieron a la ciudad. Pero aquéllos, nada más verlos llegar, desataron sus lenguas y empezaron a decir:
—¡Pobre burro! ¿Es que no le tienen piedad al pobre animal? ¿Cómo va a poder con tanto peso? Es cierto que los asnos fueron creados para la carga, pero no por eso hay que abusar de ellos.
Al oír estas palabras, Nasrudín se sintió más infeliz que nunca. Era verdad: ¡pobre burro!
— ¿Oíste?, preguntó a su hijo. ¡Pues mañana volveremos al mercado!
El quinto día, Nasrudín y su hijo llegaron a la ciudad cargando al burro, para ver si ahora sí conseguían la aprobación de la gente, pero ésta empezó reírse de ellos y a decir:— ¡Miren a esos dos locos! Van cargando al burro en vez de montarse en él.
Desde ese día, ni el padre ni el hijo volvieron a aquel pueblo de murmuradores. ¡Pobre Nasrudín! ¡Y él que quería enseñarle a su hijo la sana compostura ante el qué dirán!
Mi Moraleja: Hagas lo que hagas nunca vas a agradarles a todas las personas, así que haz lo que te plazca y olvida las críticas.
Todo pasa… todo se olvida, menos lo que tú has hecho. Así que (ustedes perdonen fanses míos, si es que aún quedan) me voy a dedicar a mí y si no vuelvo a pisar este blog en buen rato otra vez, ahí les pido de favor que le den una pasadita al polvo que se acumule en las esquinas…
No es amenaza, volveré.
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